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Cavilaciones sobre la fuerza

Siempre que hablo de fuerza me pregunto qué es y por qué nos fascina.

Hay personas que son fuertes levantando cosas, otras su propio peso, algunas luchando; pero esto no significa que lo sean en campos como, por ejemplo, las relaciones humanas, el pensamiento o la intuición. La fuerza abarca casi todas las demás capacidades del ser humano, se encuentra detrás de cada acción y decisión. Se puede amar con fuerza, escribir con fuerza, pensar con fuerza, saltar y hasta bailar con fuerza. Es que no solo puede ser definida como el hecho de levantar un peso u oponerse a la gravedad. Es parte de nuestra vida diaria, es una capacidad física que acompañamos en mayor o menor medida con la emoción y el pensamiento dependiendo del estímulo externo o interno que recibimos. Cada pequeño acto de nuestra vida demanda algo de fuerza, es tan envolvente que hasta podemos hablar de mala o buena fuerza; o, como en la saga de la guerra de las galaxias, del lado bueno o malo de la fuerza.


Este atributo es adorado desde la más remota antigüedad. En las paredes de tumbas egipcias de 2500 a.C., se descubrieron obras de arte que mostraban distintos tipos de hazañas resultantes de esta capacidad. Pero nuestro forzudo más conocido es con seguridad Milón de Crotona, considerado el primer hombre que utilizó la progresión en los ejercicios de fuerza. Se cuenta en fuentes escritas que transportaba cada día un joven ternero hasta que el animal terminó su crecimiento. Se dice también que a veces en el estadio de Olimpia caminaba doscientos metros cargando una vaca de cuatro años de edad. Fue coronado como el hombre más fuerte veintidós veces en los juegos de Olimpia, Pythia, Nemea y del Istmo.



Existe la fuerza externa, bien conocida por todos y fácil de mensurar. Pero la otra fuerza, la interna, es a mi criterio la más importante ya que motoriza a la primera y es la que perdura a través de los años.

A veces tuve fuerza y otras no, a veces tuve fuerza física y otras mental, y en situaciones de mayor desafío o desaliento las dos me acompañaron para superar el momento. La fuerza es visible e invisible al mismo tiempo y está integrada esencialmente de energía. Quien tiene más fuerza tiene más energía, por el solo hecho de necesitarla.

La fuerza puede ser controlada, dirigida, aumentada, proyectada, como también puede ser desperdiciada y tornarse ingobernable.


Una vez pasé por lo que se llama en el deporte sobreentrenamiento. Para describirlo mejor, diré que había llevado a tanta exigencia mis capacidades, que la máquina biológica se detuvo. Fue una enseñanza valiosa sobre mis límites y la consecuencia de apurar a la naturaleza. Toda la fuerza que venía logrando desapareció como si nunca hubiera existido. Muchas veces, al entrenar, parece que ya no queda más fuerza física, pero potenciada por otra fuerza llamada voluntad, un excedente llega en nuestra ayuda y podemos seguir un poco más.


Otro aspecto interesante es su calidad, que mejora cuanto más eficientemente se hace, por ejemplo, un movimiento. A lo largo de mis años entrenando y estudiando las capacidades del cuerpo, descubrí que tenemos un caudal mayor de fuerza de la que aplicamos. Cuando el organismo dice basta en general es mentira, ya que reserva una dosis extra para emergencias. Si generamos un diálogo correcto, podemos utilizar esa fuente a voluntad. Además es interesante observar que la fuerza es variable y responde a ciclos no solo del cuerpo sino también del entorno. Es decir, tiene un orden que responde a otros aspectos no menos importantes, como por ejemplo las hormonas, los alimentos, los estresores externos e internos, etc.


Nuestro cuerpo es una máquina muy diferente de otras que conocemos, ya que tiene la capacidad de responder a un estímulo modificando su estructura interna y su función para en el futuro poder realizar mejor su actividad.

¿Cómo ganar más fuerza? Es muy fácil: ¡hay que provocarla! Llevarla a esfuerzos cada vez mayores. El científico italiano Galvani descubrió que los músculos esqueléticos están formados por tejido excitable y pueden ser estimulados eléctricamente. Por lo tanto, hay que estresarlo en su justa medida, para que se prepare y reaccione con más eficiencia la siguiente vez que se enfrente al mismo incentivo. Cuanto más sorpresivo e intenso este sea, mayor será la necesidad de aplicar fuerza y, por lo tanto, mayor el desarrollo. Con el tiempo de exposición a un determinado estímulo, este pierde efectividad y ya no genera tanto estrés. Eso marca el momento de cambiarlo por otro que vuelva a desafiar esta capacidad maravillosa.

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